Cuenta la leyenda que el rey Elinas de Albión perdió a su mujer muy joven, y nada podía consolarlo. Para intentar olvidar su soledad salía cada mañana a cazar sin ninguna compañía. Un día, a mitad de la jornada, llevado por el cansancio se acercó a una fuente a beber. Una bella mujer de cabellos rubios y piel blanca estaba sentada en el borde de la fuente. La joven se llamaba Pressina y era un hada de buen corazón. Cuentan que el rey, nada más verla, quedó impresionado de la belleza de la joven y le pidió que se casara con ella.
- Me casaré contigo, noble caballero, pero tienes que prometerme una cosa. Nunca podrás verme en el momento de dar a luz, porque entonces me veré obligada a dejar tu presencia.
- Así lo haré, amada mía.
Y cuentan que se casaron y fueron muy felices. Llevaban muy poco tiempo de casados cuando ella quedó en estado, y el día del parto avisaron las doncellas al rey de que su mujer estaba dando a luz a tres hermosas niñas. El padre, llevado por la emoción, entró en la alcoba ante la sorpresa de su amada. En ese momento desaparecieron las cuatro, el hada Pressina y sus tres hijas: Melior, Palestina y Melusina, que se refugiaron en la Isla de Avalón.
Crecieron las niñas sabiendo que vivían pobremente allí cuando podían ser princesas, si no hubiera sido por el descuido de su padre, y desde muy pequeñas reprocharon a su padre el error que cometió.
Con los años este sentimiento se fue convirtiendo en odio y querían venganza. Incitadas por Melusina, las tres hermanas aprovecharon un descuido para encerrar a su padre en el Monte Braudelois, de donde no pudo salir. Cuando la madre supo lo que sus hijas habían hecho con el hombre que ella tanto había amado les echó una maldición. Melior fue encerrada en un castillo, condenada hasta el fin de sus días a proteger a un gavilán prodigioso, pero a pesar del encierro conservaba su belleza. Palestina no podía salir de una cueva en el condado de Barcelona. A Melusina le tocó la peor parte, la convirtió en serpiente de cintura para abajo y le dijo:
- Y tú, Melusina, por ser la instigadora del crimen cometido contra tu padre, tendrás que cuidar toda tu vida de la fuente sagrada. Puedes vivir si quieres como mortal, pero eso sí, todos los sábados la mitad de tu cuerpo se convertirá en serpiente, para que nunca olvides el mal que has hecho contra tu progenitor. Y podrás casarte si quieres, pero nunca podrá tu marido verte mientras estés en ese estado. Si alguna vez rompe esta condición deberás abandonarlo al instante y pasarás el resto de tus días convertida en serpiente.
Años después, un joven conde pasaba cerca de la fuente cuando vio a una hermosa joven que jugaba con el agua. Parece que repitiendo la misma historia de sus padres, el conde Raymodin de Lusignan y Melusina se enamoraron. Cuando el conde la pidió en matrimonio, Melusina, como su madre muchos años antes, puso a su enamorado una condición: sería una buena esposa, pero sólo le pedía un favor, los sábados debía dejar que se bañara sola, aunque todos murmuraran por su extraña costumbre. El marido, que pensaba que aquello era una manía nada difícil de cumplir, le prometió la noche antes de su boda que sería como ella pedía.
Y así fue, y se casaron y fueron muy felices. Tuvieron tres hijos muy hermosos, aunque de piel casi transparente. Melusina era ejemplo de buena madre y esposa, siempre dispuesta a ayudar a su marido. Durante años el marido respetó sin rechistar la manía de su mujer, y cada sábado Melusina puntualmente corría a esconderse en la torre del castillo, y allí veía entre lágrimas cómo su hermoso cuerpo se cubría de escamas.
Pero las malas lenguas nunca descansan y los rumores corrían por palacio. Fueron los criados los primeros en murmurar sobre la extraña conducta de su señora, e incluso hubo quien insinuó que a saber qué escondía en la torre, quizás un amante. Y todos se reían de los supuestos adornos del marido.
El marido conocía a su mujer mejor que nadie, y sabía que en su corazón todo lo que había era bueno, pero empezaron a incomodarle los comentarios. Cada sábado iba aumentando su duda y la intranquilidad. Un sábado, llevado por la desconfianza, entreabrió la puerta de la torre para ver a su mujer. Una larga cola de serpiente cubría el cuerpo de su esposa, pero no sólo eso, sus ojos eran de fuego y sus manos unas garras. No pudo evitar emitir un grito. La mujer lo miró tristemente, levantó unas alas que su marido nunca le había visto y escapó por la ventana para siempre. El conde se reprochaba su curiosidad y falta de confianza, y lamentaba haberse dejado llevar por murmuraciones en lugar de confiar en la que siempre fue honesta con él.
Cuentan que desde entonces el conde sufría en la soledad del castillo, aunque tenía todavía a sus hijos. Todas las mañanas iba a despertarlos con todo amor, pero siempre estaban ya levantados, vestidos y perfumados. Ellos decían que era su madre, que cada mañana iba a darles el beso de buenos días y vestirlos. Dice la leyenda que no faltó ni un solo día a la cita, hasta que los hijos no la necesitaron más. Y cuentan que el conde, aunque lo intentaba, nunca pudo volver a ver a su mujer, y aunque lloraba a menudo suplicando su regreso ella nunca volvió. También hay voces que afirman que cada vez que muere alguien de la familia en palacio, aparece una serpiente alada que da vueltas por los balcones. Pero esto último sólo son murmuraciones.
Ame este relato!!!Oh prince.ss!!!Muy bello y triste...Mi corazon de vampiro quedo conmovido...Muy! Te dejo un beso...Para ti...De Maharet...Desde las mas profundas tinieblas...
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