Dice una leyenda que en el siglo V, Santa Brígida* se quejó ante San Patricio porque muchas mujeres tenían que esperar demasiado tiempo para que un hombre se las declarase. El patrón de Irlanda respondió a esta demanda instaurando el 29 de febrero como la única fecha en que las mujeres podían pedir al varón en matrimonio.
Un día de cada 1460. Uno es mejor que nada, ¿no? Desde entonces, con mayor o menos intensidad, se ha vuelto una costumbre, una tradición. Hoy han sido ellas quienes se han arrodillado, se han declarado y han pedido la mano.
***** Nacida en Suecia en mil trecientos tres. Se distinguen dos períodos en su vida: El primero se caracteriza por su condición de mujer felizmente casada y dedicada a la educación de sus ocho hijos. Se inició entonces al estudio de la Sagrada Escritura y adoptó como norma de vida, junto con su esposo, la Regla de los Terciarios franciscanos. En ese tiempo, practicó también generosamente las obras de caridad con los necesitados y fundó un hospital. Peregrinó así mismo a Santiago de Compostela. A la muerte de su esposo, inicia el segundo período de su vida, en el que sin acceder a la consagración religiosa, profundizó su unión con el Señor por medio de la oración y la penitencia, lo que le llevó a distribuir sus propios bienes entre los pobres. Se establece, por un tiempo, junto al monasterio cisterciense de Alvastra, donde tienen inicio las revelaciones divinas, que la acompañan hasta el final de su vida y en las que contemplará el amor infinito de Dios para con los hombres. Muere en Roma en mil trecientos setenta y tres. Fue canonizada por Bonifacio IX. *****
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