Conozcamos hoy una de las leyendas más curiosas y divertidas que se pueden encontrar en la capital española, Madrid. La Casa del Duende estaba situada entre las calles Duque de Liria, Mártires de Alcalá y la plaza Seminario de Nobles. Esta casa, al igual que otras muchas de la época, fue construida en las primeras décadas del siglo XVIII por orden del rey para ser arrendada a sus criados, lacayos y personal de confianza. La casa pasó por varias manos, hasta que fue alquilada por unos hombres que la utilizaban por las noches como centro de reunión parajuegos y grandes apuestas de dinero.
Fue entonces cuando una noche se originó una discusión entre varios de ellos y de repente se abrió una puerta interior y apareció un hombre bajito muy barbudo que les impuso silencio. Al principio todos se callaron desconcertados con la aparición de aquel duende misterioso, pero cuando terminaron de indagar quién podía ser y cómo podía haberse colado en la casa, volvieron a enzarzarse en la discusión que habían suspendido. Sin saber cómo, ni de dónde, salieron nuevamente media docena de enanos armados con garrotas se abalanzaron sobre los jugadores y los golpearon. Los hombres salieron huyendo y nunca más volvieron al lugar.
Tiempo después, la casa fue comprada por doña Rosario de Benegas, marquesa de Hormazas, que se instaló en la segunda planta. Andaba la marquesa todavía con el traslado e intentando adecuar la decoración a sus gustos, cambiando cortinajes y demás detalles, cuando echó en falta un cortinón y una imagen del Niño Jesús en su cuna que había traído de su anterior domicilio. Enfadada por el extravío, se encontraba la marquesa dando una buena reprimenda a sus sirvientes cuando, de forma sorpresiva, entró en la habitación un enano con la imagen del Niño Jesús en sus manos y, tras éste, cuatro enanos más portando el cortinón que le faltaba. La marquesa no tardó ni dos días en poner pies en polvorosa, poniendo la casa a la venta sin tan siquiera haber vivido en ella.
La casa quedó deshabitada durante un tiempo hasta que se instaló en ella don Melchor de Avellaneda, un canónigo de Jaén. Un buen día, cuando escribía al obispo de su diócesis para pedirle cierto libro del padre Tineo que necesitaba para sus sermones, justo antes de rubricar la carta levantó la vista y vio asombrado como ante él aparecía un enano vestido con un traje de monaguillo que portaba en sus manos el libro que en ese mismo momento estaba pidiendo al obispo.
En esa ocasión, en lugar de salir corriendo, don Melchor se dedicó a buscar y rebuscar el lugar por donde había venido y por donde había desaparecido el misterioso duende, pero la búsqueda fue infructuosa. El canónigo decidió obviar el hecho, pero pocos días después se disponía a dar misa en el convento de los Afligidos y necesitaba una vestimenta apropiada al día, ordenando a un paje que fuera a la casa a buscarla. El paje, con la vestimenta bajo el brazo se disponía a cerrar la puerta de la casa, cuando oyó una voz curiosa que dijo: “No es ése el color de este día, vuelve por los ornamentos que corresponden”. El paje se dio la vuelta lentamente y vio la figura de un enano burlón que rápidamente desapareció. Le contó lo ocurrido al clérigo jurando que no volvería a esa casa y don Melchor, decidió también abandonar el lugar.
El canónigo cedió la casa a Jerónima Perrin, una lavandera que vivía en el piso de arriba, hasta que acabase el contrato de alquiler. Cierto día la mujer lavó unas mantas, propiedad de la marquesa de Valdecañas y como era costumbre dejó la ropa oreándose al sol y al viento en las orillas del Manzanares. Se fue a casa a comer con la intención de volver a recoger la ropa, pero cuando estaba en casa se desató una terrible tormenta que le impidió salir por ella. Mientras miraba por la ventana de la buhardilla imaginando el enojo de la arrogante marquesa, que necesitaba la ropa para esa misma noche, escuchó un portazo y al bajar, se encontró con tres enanos empapados que portaban una cesta enorme con toda la ropa. Se dice que la lavandera, que había escuchado ya todos los rumores sobre los pequeños duendes, abandonó la casa ese mismo día.
Las historias habían llegado al Santo Oficio así que se tomó declaración a testigos y se realizó una minuciosa búsqueda por todo el inmueble, pero no se encontró nada ni nadie. Por ello comenzaron a pensar en espíritus diabólicos y un día una comitiva religiosa presidida por el obispo llegó con velones, agua bendita y mucha sal con el cual practicaron un exorcismo.
Según versiones de la leyenda, los vecinos del pueblo se dirigieron a la casa con picos para derribarla. Ésta, poco tiempo después, fue incendiada y cayó en el olvido. Pasaron muchos años y, según se dice, testigos vieron de repente abrirse una trampilla disimulada entre los escombros del sótano y salir de allí nueve enanos que eran falsificadores de moneda y que utilizaban la noche para salir a distribuirla.
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