Cuenta la leyenda, que el misterioso caballero romano mencionado en la placa de la Islade Sálvora, no era tal caballero romano, los iniciados aseguran que se trataba (cuídese el lector de mantener tan trascendental y antiguo secreto) del caballero Roldán, sobrino de Carlomagno.
De este modo, Roldán no habría muerto en la batalla de Roncesvalles en el año 778, como asegura el poema épico “La Canción de Roldán”.
Pues bien, en contra de lo que deberá afirmar públicamente, repito que no deberá creer semejante patraña, ya que la verdad es que Roldán, ciertamente malherido, consiguió escapar de la contienda, yendo a refugiarse a la mágica Isla de Sálvora.
De hecho, cuentan que, en las noches de tormenta, aún se puede escuchar un ruido estridente en las inmediaciones de la isla que avisa a los marineros de los peligros del mar. Según dicen, el ruido procede del olifante que poseía el propio Roldán.
Una mañana, Roldán paseaba a caballo por la blanca playa al pie de las aguas cristalinas. De pronto, observó en la lejanía, lo que reconoció como un cuerpo de mujer tumbado en la arena. Intrigado, el caballero espoleó al animal para acercarse galopando al lugar en que se encontraba la joven.
Al llegar al lugar, cual fue su sorpresa al constatar que se trataba de una sirena! No daba crédito a lo que veía. Era una hermosa mujer, de rostro angelical, turgentes pechos y esbelta cintura, que continuaba en una brillante cola de pez. Roldán quedó tan prendado por la belleza de la muchacha y por el candor de su mirada que, sin que ella le hubiese dicho una sola palabra, la subió a lomos de su caballo para llevarla a su hogar.
Una vez allí, le quitó las escamas con paciencia, una por una convirtiéndose así la sirena en una espléndida mujer. Roldán la contempló durante largos minutos, ensimismado por su belleza. Se dirigió hacia ella, y no puedo resistir el impulso de tomarla entre sus brazos. Recorrió con dulzura su suave piel, recreándose en cada rincón de su cuerpo. Y la poseyó.
Cuando ambos yacían abrazados en el lecho, Roldán se percató de que no conocía su nombre. Cual fue su sorpresa al preguntárselo, que la sirena fue incapaz de responder: era muda. Pero a Roldán no le importó en absoluto, ya estaba perdidamente enamorado de ella. Así, decidió acuñarle el nombre de Mariña, por haber venido del mar.
Pasaron felices los meses para los dos enamorados, con la única pega de que, por más que Roldán intentaba enseñarle y por más que Mariña se esforzaba, no conseguía emitir palabra, sólo apenas unos gruñidos ininteligibles. La felicidad de la pareja se vio colmada al dar a luz a su primer hijo, un niño hermoso como su madre y fuerte como su padre.
Cuando el bebé contaba con apenas unos meses, se celebró en los dominios de Roldán la noche de San Juan. Noche mágica por excelencia en Galicia, en la que los más profundos deseos se cumplen y en la que incluso, si se sabe el modo, pueden conocerse los designios del futuro.
Todo el mundo cantaba y bailaba alrededor de la hoguera, mientras Mariña, con el niño en brazos, lo observaba todo con curiosidad y alegría. De pronto, Roldán se dirigió a ella, le arrebató a su hijo y se dirigió a la hoguera para cumplir la tradición de saltarla. Mariña, que desconocía esta costumbre, pensó que su marido había perdido la razón y pretendía tirar al niño a las llamas.
Presa del pánico, la sirena gritó:
- ¡Hijo!
Al pronunciar esta palabra, un trozo de carne se desprendió de su garganta, y desde entonces la sirena pudo hablar con normalidad.
De este modo, la felicidad de la pareja fue plena, compartiendo largos años de amor que dieron sus frutos en el linaje de los Mariño.
Cuentan algunos que, al morir Roldán, la sirena volvió al mar poniendo antes una condición: de cada generación de los Mariño, debería entregársele a ella un niño que se llevaría al mar. El elegido se reconocería por tener los ojos azules.
Lo inquietante es que se han dado casos (recogidos por Torrente Ballester) de Mariños de ojos azules desparecidos en la costa.
La primera parada en la Ruta del Faro de la isla de Sálvora nos sitúa en un pequeño mirador desde el que contemplamos la Praia do Castelo o Praia do Almacén, dominada por el pazo de los Otero-Goyanes y su capilla, y en la que, sobre una roca, descansa la escultura de una sirena.
La sirena de Sálvora no es un ser mitológico cualquiera o sacado de contexto, sino que tiene una buena razón de ser: se llama Mariña y es la madre de los primeros propietarios de la isla, los Mariño. La escultura data de 1968 y es obra del escultor burgalés Ismael Ortega Martín, que la realizó por encargo de Joaquín Otero-Goyanes, marqués de Revilla, heredero descendiente de los primeros propietarios de la isla.
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