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Los Mansi eran una antigua tribu de cazadores y expertos curtidores, las mujeres realizaban prendas de piel fina, únicas en todos los Urales.
Se cuenta que los espíritus que habitaban en la montaña sagrada Yalping.Nyeri, ayudaban a los Mansi porque su líder Kuuschay era un hombre sabio y sabía contentarlos.
El líder tenía dos hijos, una mujer y un varón. Su hija, esbelta como los pinos que crecen en los bosques densos cantaba tan bien que incluso los venados corrían fuera del valle de Ydzhid-Lyagi para escucharla.
Los rumores sobre la belleza de la hija de Kuuschay, llegó hasta los oídos del gigante Torev, que junto a su familia se encontraba cazando en las cercanas montañas Haraiz.
El gigante, embelesado por la belleza de la joven, exigió su mano a Kuuschay.
Pero el viejo líder se negó a entregar a su hija y Torev, enfurecido, llamó a sus hermanos gigantes para tomarla por la fuerza.
Aprovechando que el hijo del líder, Pygruchum, junto a los guerreros de la tribu habían salido a las montañas a cazar.
Los gigantes asediaron al pueblo de los Mansi que, durante todo un día, resistieron los envites de los titanes desde sus altas murallas de hielo. Bajo una nube de flechas, el jefe Kuuschay gritó desde la torre más alta: -¡ Oh, buenos espíritus, salvadnos de la muerte! ¡Que Pygrychum vuelva a casa! En ese mismo instante, entre truenos y relámpagos, bajó un espeso manto de nubes de las montañas que en segundos cubriría la ciudad para protegerla de los gigantes. Pero el gigante Torev, corriendo y aplastando todo a su paso y enarbolando su gigantesca maza, llegó hasta la base de la fortaleza justo en el momento en el que el líder bajó de la torre y en el que las negras nubes lo cubrían todo y, con todas sus fuerzas, descargó su maza contra la muralla de cristal que se desmenuzó en millones de pequeños trozos. La oscuridad era total y el viento soplaba con fuerza haciendo volar los pequeños cristales por doquier.
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Lentamente, los movimientos de los gigantes se fueron ralentizando, el haz de luz se convirtió en una gigantesca cúpula que cubría a los titanes y al propio Pygruchum, los guerreros de los Mansi contemplaban a distancia la escena, preparados para actuar en cualquier momento y, de repente, un crujido sonó en lo alto del monte, tan fuerte como un trueno y se apagó la reluciente luz.
Los gigantes se habían convertido en piedra pero, para conseguirlo, el joven Pygruchum se había sacrificado y había corrido la misma suerte.
Desde ese lejano día, en la remota taiga de los Urales, permanecen impasibles al paso del tiempo las figuras pétreas de los gigantes y del guerrero que consiguió vencerlos y, en todas las montañas de los alrededores se pueden encontrar desperdigados pequeños cristales de roca, restos de la fortaleza de los Mansi que Torev destruyó con su maza.
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